La ONG “Invisible Children” ha
saltado a la fama en los últimos tiempos por su campaña “Kony 2012”, un
documental presentado en formato viral con el
que ha conseguido movilizar a un gran número de personas en un espacio
de tiempo muy breve. La campaña pretende recaudar fondos para la lucha contra
una guerrilla del centro de África liderada por Joseph Kony, pero esta noble
causa se ha visto enturbiada por numerosos escándalos como los rumores de que
era una campaña enmascarada del gobierno americano para mejorar su imagen y
mandar soldados a Uganda con el fin de analizar sus reservas de petróleo.
¿Conciencia social?,
¿Manipulación?, ¿Relaciones públicas del gobierno americano?
Nos encontramos en una época en
la cual la publicidad es fundamentalmente emocional, y, ¿qué hay más emocional
que pedir ayuda para unos niños desfavorecidos de África que sufren la tortura
y los abusos de una guerrilla? Eso debió pensar Jason Rusell, el creador de la
campaña y partícipe de Invisible Children.
Como ya habréis visto, la
narración nos hace plantearnos el nivel de compromiso que tenemos los países
desarrollados con respecto a los menos favorecidos. Y esa es la idea que se
trata de explotar al máximo en esta campaña, y con un notable éxito, dado que
han conseguido que la campaña sea la primera que supera las 100 millones de
reproducciones en menos de seis días.
Aparte de todo este aspecto
emocional, existe un aspecto económico, que también ha resultado muy productivo
para la ONG dado que han agotado sus “kits de Kony 2012 “(250$ por una
camiseta, dos posters y una pulsera con un ID que permite registrarte y
continuar tu apoyo en redes sociales)
Hasta aquí la parte bonita y
solidaria de la campaña, el problema es que con la misma rapidez que ha llegado
a la fama le han surgido problemas de todo tipo.
El más importante (y recurrente
a gran parte de las ONG´s) es la falta de transparencia a la hora de explicar
cómo se repartía el dinero de las donaciones, hasta el punto de que se ha
demostrado de que menos del 15% de las donaciones llegaban directamente a
ayudar a los niños desfavorecidos de Uganda, dato que la ONG justificó con
gastos de personal y equipos informáticos en su sede de Estados Unidos. En lo
referente a la organización este problema no fue el único, dado que se les ha
unido el hecho de que el creador de la campaña fue detenido por escándalo público
y consumo de drogas, lo cual supuso una fuerte bajada en la reputación de la
ONG.
A todos estos problemas internos
y de organización se ha unido el, cada vez más creciente, rumor de que en
realidad detrás de la campaña se encuentra el gobierno norteamericano.
Todos conocemos la imagen que se
ha ganado el ejército estadounidense en los últimos años, llena de altercados y
de protestas por el hecho de adentrarse en países e invadirlos con fines
claramente cuestionables. Pues bien, esta sería la oportunidad ideal para
limpiar esa imagen y mostrar al ejército como un organismo de protección y
concienciación con los más desfavorecidos.
A esto debemos añadir el
descubrimiento de importantes reservas de petróleo en Uganda, lo que también se
ha interpretado como una oportunidad de explotar estos hallazgos por parte de
Estados Unidos ¿casualidad?
En resumen, podríamos decir que
esta campaña ha sido víctima de la velocidad y la capacidad de reacción de la
gente en las redes sociales y en Internet en general, tanto para su rápida
expansión y concienciación de todas las personas por la causa como por su
pérdida de credibilidad en unos pocos días. Desde luego podemos decir que el
resultado de la campaña a corto plazo ha sido muy positivo a nivel de
donaciones e impacto mundial, sin embargo, ¿beneficiará esto a la ONG a largo
plazo? Lo más probable es que no, nos movemos en la era de la información y de la comunicación, y si
una organización sufre una pérdida de reputación tan clara es difícil que
vuelva a recuperarla, y más si las críticas que sobre ella se lanzan son sobre la manipulación de la realidad.
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